Cada 22 de abril se celebra el Día Internacional de las Niñas en las Tecnologías de la Información y la Comunicación, instancia promovida desde 2010 por ONU Mujeres, para motivar a las niñas y mujeres jóvenes a elegir estudios y profesiones vinculados al campo de las carreras tecnológicas.
Múltiples campañas se han promovido con la consigna de mayor equidad de género, lo cual sin duda es positivo, pero ¿qué tan robusta es la convicción de las autoridades, del sector productivo, del sistema educativo y de la sociedad civil respecto a revertir brechas para avanzar en igualdad de derechos? Pareciera que entre el discurso y los resultados observados existe una distancia difícil de estrechar. Los temas se ponen de moda, al igual que las soluciones, pero las modas son pasajeras y la igualdad y la equidad no pueden seguir ese destino.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible identifica la tecnología como uno de los espacios de desarrollo que contribuye a la construcción de sociedades más inclusivas y sostenibles. Por ello, la incorporación de las niñas y mujeres jóvenes en carreras STEM es un desafío que debe vencer sesgos y estereotipos de género aún fuertemente arraigados. En Chile un 20% de la matrícula de las carreras STEM es femenina, muy por debajo del 40% de la tasa que exhiben los países de la OCDE, según datos de 2022.
Avanzar en esta inclusión es fundamental, si se considera que UNESCO proyecta para 2050, que el 75% de los trabajos estará relacionado con las áreas STEM. Entonces, si las mujeres no acceden a carreras y trabajos en dicha área producto de las barreras culturales que las excluyen y autoexcluyen, se continuará con la brecha salarial de género producto de una moda. Es decir, de costumbres asociadas a los roles de género que nos impiden avanzar en igualdad.
Necesitamos mayor convicción para que los cambios que se requieren no esperen los próximos 300 años (estimado por Gender Snapshot 2022) si se continúa con el actual ritmo de progreso, empeorado por la crisis climática, la pandemia y la guerra.
Por Claudia Ormazábal Abusleme, Directora del Programa de Género y Equidad UTEM.